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Prólogo

 

 

¡Atención, estás a punto de leer un libro de vampiros!

 

Hace un par de años, semejante aviso bastaba para que todas las alarmas saltaran y el avezado lector de novelas de terror abriera el libro por la primera página con un mal pálpito en el corazón. Y es que, admitámoslo, la nueva moda del vampiro romántico y brillante ha causado estragos entre los aficionados al género. La imagen del No Muerto como entidad depredadora, psicópata y monstruosa ha dejado paso, en los últimos tiempos, a una descafeinada criatura adolescente, más empeñada en echarle los tejos a la adolescente mascachicles de turno, que en obtener la sangre de la dama inocente y voluptuosa. La tradición centenaria de Bram Stoker, de Sheridan Le Fanu o de John William Polidori ha dejado paso a un nuevo modelo de vampiro que lo ha despojado de gran parte de los valores góticos con que lo vistieron los maestros de la literatura clásica.

 

Por suerte, el libro que tienes en tus manos ahora mismo, nada tiene que ver con los últimos trabajos melifluos y desaboridos que han copado las mesas de novedades de nuestras librerías. Julieta Paola Carrizo se nos revela en «Redención. Crónicas de Vida y Muerte» como una autora revolucionaria, hábil, innovadora, pero, a su vez, deudora de todos los maestros citados anteriormente.

 

Revolucionaria porque no duda en romper los clichés que convierten a la criatura en un trasunto de impúber empalagoso y nos devuelve la figura del vampiro como amenaza.

 

Hábil porque es capaz, a su vez, de inocular en sus personajes ese néctar trágico y emocional que Anne Rice supo cultivar tan bien en sus «Crónicas vampíricas». Y es que los vampiros, en sí, no son perfectos. Pese a su inmortalidad, su capacidad de supervivencia y sus facultades sobrenaturales, los No Muertos viven atrapados en una espiral infinita de locura, dolor y pérdida que trastorna su existencia y les impide hallar el descanso que sí obtienen los mortales.

 

Su bendición es su maldición, y en el fondo de sus corazones —un giro que Rice explotó con gran éxito— todavía anhelan parte de la humanidad perdida. El vampiro podría definirse como la imperfección de la perfección. Lo vimos en Louis, lo vimos en Lestat y ahora lo vemos en la Camilla de Julieta. Una criatura surgida de la pureza más absoluta que, de la mano de lo vil y lo siniestro, se va corrompiendo a lo largo de su existencia.

 

Y ahí es donde entra esa habilidad de nuestra escritora que he comentado anteriormente. Julieta, como buena heredera de la tradición hispanoamericana, opta por introducir en el atanor de los alquimistas una mezcla de tradición vampírica clásica —que levanten la mano aquellos que les suene el nombre de Camilla— y el renovado estatus que sacaron a la luz esas Crónicas Vampíricas mencionadas anteriormente. Julieta no cae en maniqueísmo. Al contrario, haciendo uso de un lenguaje hábilmente comprimido y de una prosa que avanza con vigor y agilidad, nos cuenta un relato que destila un claro aroma melancólico que nos devuelve la figura de Lord Ruthven, pero que, a su vez, encuentra puntos en común con esos vampiros que nos emocionan y nos llevaron a pensar que la no muerte es el principio del mayor de los calvarios.

 

Pero tampoco olvidemos que estamos hablando de una novela llamada a gustar a todos los públicos. Y ahí es donde entra la destreza literaria de la autora. Debo confesar que cuando llegó la novela a mis manos tuve un poco de miedo.

 

La mayoría de los relatos vampíricos que he leído y más he disfrutado son anteriores a 1900. Estamos hablando, obviamente, de «Drácula», «Carmilla», «El Horla», «Vampirismo» o «Por la sangre es la vida». En todos esos relatos, hay un nexo común: la habilidad de sus creadores a la hora de arrancarnos emociones a través de lo macabro y de la perversión. ¿Podría una autora en ciernes como Julieta lograr algo así? Tampoco voy a negar que mi expectativa era alta. De hecho, buena parte de mis trabajos los ha leído esta joven escritora antes de su publicación. Me consta que tiene un excelente criterio y puede llegar a ver cosas que a mí se me escapan. Sabe escribir y, a su vez, comprende la escritura. Y eso es un valor añadido en un tiempo en el que la mayor parte de los autores escriben como cacatúas, sin apenas tradición lectora y sin referencias a los clásicos. A este tipo de escritor inexperto se le ve rápidamente el plumero. Pero en el caso de Julieta, todo es distinto.

 

Desde el momento en que Maida entra en el caserón de Camilla y ésta comienza a relatar su encuentro con el Conde Vlad Tepes IV, mis sentidos se sumergieron en esa historia fascinante y mis temores se desvanecieron. Y es que el pasado de Juliette Von Lefttet cuenta con todas esas reminiscencias que recuerdan a la Aurelia de Hoffman o a la mismísima Laura de Le Fanu. ¡Bravo por Julieta! ¡Y bravo por su capacidad inventiva!

 

Pero los más profanos en literatura gótica tampoco sufráis. Julieta es una perfecta hija de su tiempo. Estamos hablando de una historia clásica de resucitados, pero sin esa pátina recargada que los autores arcaicos imprimían a sus cuentos.

 

Como he dicho antes, el estilo de Julieta fluye de forma orgánica, con la compresión adecuada, y con un sentido agradable y diestro.

 

Tiene ese toque distinguido necesario para la historia de Juliette, pero su registro cambia camaleónicamente cuando la acción se traslada al presente.

 

Creo que es una virtud lírica que saciará a los lectores más exigentes y atrapará al público joven. Y permítanme añadir que esa virtud de la narrativa a la hora de transformarse, de adaptar la historia al paladar del lector o a las circunstancias de la trama, solo se distingue en una escritora con un futuro prometedor.

 

Supongo que a estas alturas y, teniendo en cuenta lo dicho, estarán deseando abandonar cuanto antes estos párrafos y sumergirse en lo que realmente importa: la historia que arranca en la siguiente página. Pero antes de que eso ocurra, permítanme un último comentario de autocomplacencia y de agradecimiento a la escritora.

 

Gracias, Julieta, por dejar atrás a todas esas criaturas de la noche que de depredadoras y siniestras tenían más bien poco.

 

Gracias por devolvernos al vampiro tal como lo vieron Bram Stoker o Anne Rice. Gracias por devolvernos figuras como Camilla o Vlad Tepes.

 

Créanme, la literatura vampírica está necesitada de historias como estas «Crónicas de Vida y Muerte».

 

Está necesitada de escritoras que hayan leído menos a Stephenie Meyer y más a Sheridan Le Fanu o a Anne Rice.

 

Está necesitada de mentes curiosas dispuestas a mirar atrás y renovar la raíz vital del vampiro, pero en el sentido positivo: sin olvidar la tradición de la sangre, la inmortalidad, la perversión y, ¿por qué no?, la tragedia.

 

Por todo ello, muchas gracias, Julieta.

 

David Mateo

 

Valencia, 12 de Mayo de 2015



 

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